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27.12.07

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Complejidades femeninas II: La Maternidad

Primer trimestre de 1999. Mi religioso período se ausenta y, como estaba recuperándome de una operación, pensé que sería el efecto de tanto antibiótico en el cuerpo, aunque en el fondo sabía lo que significaba.

Levaba más de un año combatiendo una fuerte infección antes que pudieran operarme. Con la excusa de los antibióticos, pasé por alto la alerta de mi cuerpo, hasta que una mañana, al salir del cuarto, el olor a café recién colado, mi aroma mañanero predilecto, me pareció repugnante. Jamás un aroma me desagradó tanto.

Lo que quería ocultarme a mí misma con proyectos, trabajo y poniéndome al día en la agencia de publicidad, quedaban al descubierto: estaba embarazada.

Fue como un baño de agua fría, no porque no quisiera tener hijos, sino porque se abrían las puertas de un mundo de dudas y decisiones que hasta ese momento mantenía cerradas.

Es en el momento de las decisiones determinantes en nuestras vidas que las mujeres probamos lo que es pensar con ambos lados del cerebro. El futuro comienza a obsesionarnos. Las cosas apremiantes las tenemos que hacer en menos de siete meses y lo postergable tendrá que esperar un lustro. Hacemos un reality check de la relación de pareja, si existe, la carrera y los planes a corto y largo plazo. Solo hay cuarenta semanas de por medio entre una vida y la otra.

Y es cuando nos encontramos con más preguntas que respuestas.

¿Qué hacer? ¿Cómo enfrentar los cambios en mi cuerpo? ¿Cómo sería el parto? ¿Cuántas libras aumentaré? ¿Cómo criar a un hijo? ¿Y si no está saludable? ¿Y si tiene Síndrome Down? ¿Como será eso de la mala barriga? ¿Tendré muchas náuseas?

Decenas de dudas nos inundan, algunas de transcendencia y otras triviales, pero igualmente válidas. Algunas que responderemos en pocos días, otras que nos tomarán años en contestarlas con claridad.

El día que salí a la farmacia a corroborar lo que ya sabía, también estaba decidida a afrontar los cambios que tendría en mi futuro cercano y los que me esperaban a lo largo de muchos años.

De pequeña jugaba a ser mamá, sin embargo mis queridas muñecas llegaban solicitadas, con características específicas de tamaño y color. Ahora aquel juego de niñas de mis recuerdos, en el que las alimentaba y vestía con los hermosos trajes que les cosía mi mamá, daría paso a una nueva realidad.

Adulta, con una nueva aversión al café y una barriga creciendo, me alejaba a la velocidad de la luz de mis recuerdos de niña.

Y aunque le digamos al mundo que brincamos de felicidad, en las noches, entre las penumbras, tenemos pavor porque sabemos que la materinidad ya no es un juego de niñas y que la vida cambiará para siempre.