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Popular Posts

5.11.08

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Comienza el S XXI con Barack Obama

Anoche hubiese querido ser un alma anónima más entre las 225,000 que observaban con admiración cómo comenzaba el Siglo XXI; estar entre cientos de miles de negros, hispanos y blancos que le daban la bienvenida a un presidente negro, el primero en toda la historia de los EEUU. Una figura que aunque enfrenta grandes desafíos, devolvió la esperanza; la posibilidad de grandeza, la capacidad de soñar.

Ayer vi el cambio de paradigma en la cultura americana, el crecimiento de un pueblo con profundas heridas por la división racial y cómo es posible recomponer una sociedad por el bienestar común.

No podía irme a dormir sin ser partícipe de la historia, sin haber visto a Barack Obama.

14.6.08

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In Memoriam


"Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía / no hay nada más sencillo. / Tiene sólo dos fechas / la de mi nacimiento y la de mi muerte. / Entre una y otra todos los días son míos".
Fernando Pessoa

14.3.08

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Visita a la farmacia en un acto


La clienta siempre visita la misma farmacia. A través de estrechos pasillos atestados de medicamentos, champú, materiales escolares, prendas de fantasía y figurines llega hasta el recetario para buscar sus mediacamentos de rigor. En la esquina está, como esperándola, la misma máquina desde hace ocho años. La clienta sabe que esa maldita máquina pocas veces le da buenas noticias. La mira con desdén, pero la máquina la seduce con su voz.

PRIMER ACTO ESCENA 1

MAQUINA: Bienvenidos, no se mueva….

CLIENTA: [Abre su cartera con desesperación. Rebusca todas las esquinas por una moneda de 25 centavos. Su cara se transforma ya que sólo encuentra viejos recibos y algunas monedas de un centavo. No se rinde. Sabe que allí tiene que tener una peseta. Por fin la encuentra. Se relaja un poco.]

MAQUINA: Bienvenidos, no se mueva....

CLIENTA: [Se despoja del exceso de ropa. Coloca su cartera en una mesa cercana. Se saca las llaves de su pantalón y se quita los zapatos. Se tensa nuevamente. Suspira y se posa sobre la máquina.]

MAQUINA: Bienvenidos, no se mueva... [A clienta le sudan las manos...] ...Su peso exacto es....

CLIENTA: [Abre los ojos incrédula ante los tres dígitos que le presentan. Se restrega los ojos. Su cara en una mueca, incrédula.]

MAQUINA: Y su fortuna es....

[La clienta recoje su cartera de mala gana, sale despavorida de la farmacia, olvida sus medicamentos y escuchar su buena fortuna. Lo que vio ya la perturbó la noche. Llega a su casa y se acuesta sin cenar.]

BAJA EL TELON

10.3.08

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Enemigas en casa

Vivo rodeada de enemigas. Ellas no son producto de una fértil imaginación. No, no. Ocupan masa y espacio en mi casa para recordarme diariamente nuestro feudo. Y no es que no haya tratado de acercarme; lo he intentado de miles formas y utilizando diferentes estrategias. Sin embargo, debo confesar que he fracasado.

He intentado un acercamiento cordial una mañana de un sábado cualquiera o una fresca tarde del viernes. Hasta he faltado al trabajo con tal de tender el puente que nos separa, aparentemente, de forma irreversible. Sin embargo, no lo he logrado. Y es que las odio; tengo que admitirlo.

Mis enemigas pululan por la cocina, en el laundry, en los baños, en las gavetas, en los techos y abanicos, en los muebles y cojines, en los cristales y alfombras, entre los libros y cuadernos y hasta se apoderan de mi computadora.

¿No se dan cuenta que trabajo demasiado para atenderlas? ¿Es que no puede manejarse solas en la casa, sin mi intervención? ¿Tengo que tocar sus inmundicias para que se sientan bien? Es nuestra eterna pelea, creo que insalvable.

Para las que trabajamos fuera del hogar, las tareas domésticas son pesadillescas. Barrer, mapear, lavar, secar y guardar diez tandas de ropa, cepillar baños y pisos, limpiar el BBQ o el horno, brillar cristales y pulir muebles no es el escenario que esperábamos, cuando soltamos nuestros brasierres al aire y acortamos la distancia entre las funciones de un hombre y una mujer en la sociedad.

La liberación femenina que, alegadamente, nos liberó de la opresión machista, debió liberarnos también del delantal y el plumero. Pero no. Sólo nos añadió tareas fuera del hogar que, afortunadamente, resultan mucho más estimulantes para el intelecto que trapear toda la casa.

Sin embargo, las expectativas generales son que, además de matarnos fuera del hogar para aportar económicamente, retar intelectualmente y destacarnos laboralmente, tengamos que soportar que las enemigas domésticas nos esperen con la paciencia de un elefante en cada esquina de la casa y nos indiquen dónde se acumuló más polvo, salió un hongo o se quebró un cristal.

No pienso hacer las paces con ellas. Nos odiamos a muerte, aunque a veces, ellas ganan. Lo que me hace odiarlas más.

8.3.08

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Una verdadera celebración



Tengo que ser honesta. Con todo y mis aires feministas, me molesta el Día Internacional de la Mujer. Preferiría que en vez de homenajes y reflexiones, fuera un día que nos permita tener solaz de la manera que prefiramos. Idealmente, un día de spas, masajes, música tranquila, silencio profundo y varias copas de vino en soledad. Pero no. Por lo general, pasamos ese día, y la semana completa, con una sobredosis de estadísticas sobre violencia de género, hostigamiento sexual, cifras de desempleo, doble jornada, desigualdad en los salarios, en los puestos de trabajo y en la política, por mencionar unos cuantos.

No necesito que me las recuerden una vez más. Para cientos de miles de mujeres que pasamos los días trabajando de sol a sol, sea fuera de la casa o en el hogar o en ambos, tanto número sólo nos recuerda que apenas hemos alcanzado la superficie y que falta mucho camino por recorrer. Estamos muy lejos de la igualdad y vivimos aún el doble estándar. Pienso en las historias que me hacía mi abuela sobre un día ordinario en su vida, y parecería que son los cuentos que, con suerte, le haré a mis nietas.

Entonces, ¿no nos merecemos un día sólo para nosotras, sin maridos ni hijos ni novios que nos permita una verdadera reflexión sobre lo que deseamos hacer con nuestras vidas?


Un día así sería una verdadera celebración.

1.2.08

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Lo inexplicable de la vida

Nunca pensé que me pasaría, y me sucedió. De sólo pensar en esa idea, calientes lágrimas salían de mis ojos. El pasado sábado, ya no era una imprudente idea, sino la más dura realidad. El verdadero hombre de mi vida, mi padre, había fallecido.

Fue mi apoyo y quiso para mí y mis tres hermanos todo lo que él no pudo. Me enseñó grandes lecciones que espero, algún día, transmitíselas a mi hija con el mismo amor y devoción.

Para Papi Wicho, como lo bautizó hace ocho años mi pequeña Sophia, la familia era lo más importante de todo, el estar junto a ella; primordial, satisfacer todas sus necesidades, una misión ineludible. Era el pilar, el proveedor, el asesor y el que estaba, al otro lado del teléfono, por si algo no nos salía bien.

Cuando algunas puertas se cerraron, él vio oportunidades y así, durante los pasados 30 años se dedicó a construir, pero no sólo construyó casas, sino que ayudó a construir hogares.

Creía en nosotros, en nuestras capacidades, hacía suyos nuestros anhelos, se preocupaba, nos preguntaba, quería que le hiciéramos partícipe de nuestros logros. Así se sentiría orgulloso de nosotros y, por supuesto, de su labor como padre.

Hace par de meses me dijo que sólo criábamos buenos hijos si les demostrábamos nuestro amor todo el tiempo. Así era él. Siempre nos demostró cuánto nos amaba y hasta qué punto estaba dispuesto a ayudarnos y darnos la mano. No recuerdo ni un momento que no sintiera su amor por mi (o por nosotros).

Lo hemos llorado, sí, porque su inesperada partida nos deja huérfanos de un hombre espectacular, pero su recuerdo me acompañará hasta que algún día nos reencontremos.

Te amo, papi.

1.1.08

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Código y complicidad femenina


Las mujeres tenemos una manera muy particular de comunicarnos entre nosotras mismas. Como si fuera un código secreto, podemos decir lo que estamos pensando a una congénere sea con una mirada o un movimiento leve de la cabeza. Tal vez los años de silencio y de no ser tomadas en serio provocaron esa sutil y especial manera de transmitir nuestras ideas. Pero independientemente de su origen, lo importante es que el código sigue presente como un pasadizo secreto al que sólo tienen acceso los iniciados y cada día le incorporamos nuevos siginicados a cada gesto.

Lo cierto es que creo que ese código ha evolucionado de tal manera que ya las niñas vienen predispuestas a entenderlo, tanto que hasta mi hija de ocho años decodifica mis miradas, la manera como coloco las manos la cintura o lo que significa cuando arqueo las cejas. En otras ocasiones, con sólo decir su nombre en un tono especial, ni muy alto ni muy bajo, ni muy agudo ni muy grueso, ella sabe lo que quiero decir.

Honestamente, he tratado deliveradamente de comunicarme con hombres en ese código y he comprobado que no tienen la más mínima idea de lo que estoy haciendo, aparte de lograr que piensen de que estoy haciendo el ridículo. ¿Por qué me abres los ojos así? es lo que me preguntan, en vez detener la conversación para que no lo escuche el que pasa que podría estar más que interesado en lo que conversábamos.

Cada movimiento de ojos, de manos, de cabeza tiene un significado que sólo otra mujer puede entender y al que, seguramente, asentirá con una sonrisa, un parpadeo o con pasarse delicadamente su mano por la barbilla o el cabello. Eso es lo que llamo complicidad femenina.

He tenido “conversaciones completas” de esta manera. Abro los ojos un poco más grandes y mi amiga sabe que llegó el momento de cambiar el tema por un rato, o me paso la mano por el lado derecho de la cabeza y mi amiga sabe que debe echar un vistazo hacia ese lado, que será lo más interesante. Cuando me paso la mano por la nariz ya mi amiga sabe que es hora de cortar el tema. Y si estamos en grupo y el que domina la conversación no es muy convincente en lo que dice, solo giramos un poco la cabeza y sabemos que nos excusaremos para ir al tocador y salvarnos del resto de la conversación.

Mientras nosotras nos decimos en silencio que llegó un visitante no deseado, o que estamos aburridas o que nos debemos quedar quietas en lo que pasa esa persona que no deseamos encontrarnos, un hombre necesita un billboard con las palabras en su forma más primitiva e instrucciones específicas de lo que tienen que hacer. Pobre de ellos.

Pero esta habilidad la hemos perfeccionado al punto que podemos “leer” eficientemente lo que comunican los demás a nuestro alrededor, en especial, lo que dicen sin decir los hombres.

Los estudios han demostrado que las mujeres entienden mejor que nuestra contraparte masculina la comunicación no verbal, lo que nos lleva sin lugar a dudas a preguntas como ¿en qué piensas? ¿por qué tan callado hoy? ¿qué te sucede? ¿algún problema? y otras muchas preguntas que generalmente son contestadas con monosílabos.

Pese a que ellos no nos dicen lo que realmente les sucede, siempre sabemos las respuestas y éstas se develarán más adelante como por combustión espontánea.

Por lo pronto nosotras seguimos añadiendo pequeños gestos a este diccionado de palabras no dichas y grandes significados para comunicarnos entre las de nuestra especie.