19.3.07
Tagged under: actualidad, critica, política, vida en la calle
Belford nunca sabrá que yo lloraba con él. Su desconsuelo podía sentirlo a través de las ondas radiales. Lloraba por su hijo ido para siempre, perdido en la curva del no regreso. Los matices de su llanto iban desde el desconsuelo al desespero. Su impotencia ante el misterio de la vida y la muerte lo torturaba. Belford hubiese querido estar en el lugar de su hijo de 19 años, pero a él no le tocaba, no era su tiempo.
Yo me bebía las lágrimas en medio del tapón, imaginándome que lo consolaba, pero conociendo que no tendría la fortaleza para afrontar una pérdida así. Y en un acto de puro egoísmo agradecí no estar en su lugar.
Su hijo fue asesinado de un certero golpe en la carótida en el estacionamiento del Burger King de Mayagüez. Allí, de madrugada, se le fue la vida a borbotones. Y es que la muerte se pasea en la penumbra de cada fin de semana llevándose consigo a todos por igual. Su asesino es diestro en el movimiento de sus manos. Su apodo: Rafy El Barbero.
Me imagino esa navaja con el filo perfecto para hacer el corte perfecto de un solo zarpazo. Ningún neófito cortaría por donde transita la vida y abriría a propósito las compuertas de la muerte. Sólo un experimentado en la calle, y en cargarse las vidas de otros en su bolsillo, habría sabido cómo hacerlo.
El joven ya no está, pero su padre se ha quedado lastimado para siempre en el mundo de los vivos y de los que sueñan con la justicia.
Foto por Martin Carter
La curva del no regreso
Belford nunca sabrá que yo lloraba con él. Su desconsuelo podía sentirlo a través de las ondas radiales. Lloraba por su hijo ido para siempre, perdido en la curva del no regreso. Los matices de su llanto iban desde el desconsuelo al desespero. Su impotencia ante el misterio de la vida y la muerte lo torturaba. Belford hubiese querido estar en el lugar de su hijo de 19 años, pero a él no le tocaba, no era su tiempo.
Yo me bebía las lágrimas en medio del tapón, imaginándome que lo consolaba, pero conociendo que no tendría la fortaleza para afrontar una pérdida así. Y en un acto de puro egoísmo agradecí no estar en su lugar.
Su hijo fue asesinado de un certero golpe en la carótida en el estacionamiento del Burger King de Mayagüez. Allí, de madrugada, se le fue la vida a borbotones. Y es que la muerte se pasea en la penumbra de cada fin de semana llevándose consigo a todos por igual. Su asesino es diestro en el movimiento de sus manos. Su apodo: Rafy El Barbero.
Me imagino esa navaja con el filo perfecto para hacer el corte perfecto de un solo zarpazo. Ningún neófito cortaría por donde transita la vida y abriría a propósito las compuertas de la muerte. Sólo un experimentado en la calle, y en cargarse las vidas de otros en su bolsillo, habría sabido cómo hacerlo.
El joven ya no está, pero su padre se ha quedado lastimado para siempre en el mundo de los vivos y de los que sueñan con la justicia.
Foto por Martin Carter