5.9.15
Tagged under: comunicación, medios, radio
La radio, por su accesibilidad y economía, es un medio poderoso. El impacto que tiene la onda de sonido en nuestro cerebro es inmediato. Contrario a la lectura o a la imagen, que requieren de un esfuerzo fisiológico adicional por parte del consumidor, el sonido entra directamente a nuestro cerebro, aún sin desearlo, y ahí se incrusta como una huella.
La radio puertorriqueña se ha transformado de un medio informativo hacia uno de opinión. Cada emisora cuenta con una serie de comentaristas que defienden sus ideologías a través de los micrófonos y con ello, buscan convencer a los demás.
Dentro de un ambiente de libre prensa y empresa, el ejercicio político en los medios de comunicación es legítimo y válido. En fin, de eso se trata la democracia; de lograr consensos hacia nuestras causas.
Sin embargo, el estilo mediático estridente y rabioso de algunos comentaristas políticos abre un abismo entre la oferta radial y las expectativas del oyente más educado.
Los comentaristas
Entre los comentaristas que considero estridentes en los medios de comunicación se encuentran Inés Quiles y Jorge Seijo, ambos con programas transmitidos por Radio Isla y sus emisoras afiliadas; Luis Dávila Colón, cuyo programa lo transmite WKAQ, Zaida “Cucusa” Hernández con programa a través de Noti Uno y Luis Pabón Roca y Carlos Díaz Olivo con programa en WKAQ.
Excepto por Inés Quiles, quien pese a tener cuenta en Twitter no se mantiene activa en esta red, Pabón Roca -declarado enemigo de las redes sociales — y Díaz Olivo -quien hace esfuerzos inconsecuentes en redes-, los otros tres, además de sus programas radiales, mantienen comunidades online con las que comparten su visión y filosofía.
El campo de la radio
El problema que me plantean las intervenciones de los comentaristas radiales no es con el qué sino con el cómo. La estridencia con la que se comunican provocan más ruido y desinformación que un entorno adecuado para la polemización de las ideas. Sus estilos, que pueden llegar hasta ser insultantes, requieren de abundante paciencia y auto control para poder escuchar sus planteamientos con mesura y analizarlos en el contexto histórico en el que se ofrecen.
No planteo que los comentaristas deban ser desapasionados ni neutrales ni objetivos. Mantener esa expectativa sería irracional ya que evidentemente son comentaristas cuya labor en los medios está ligada a la ideología que pueden defender. La oferta radial desde hace alrededor de 20 años (quizás muchos más) ha defendido el presentar programas cuyos mantenedores se colocan en polos ideológicos opuestos para dar la impresión de que son balanceados, neutrales y que ofrecen tiempo igual.
Los comentaristas, con habilidad, tienen bien claro a quiénes les hablan. Se dirigen a grupos reaccionarios dentro de los partidos que favorecen y no necesariamente les hablan a los sectores más educados y conciliatorios de cada facción. Estos comentaristas alimentan sus audiencias mediante el uso de un vocabulario que empuja los límites del decoro, el uso de sobrenombres para referirse a sus adversarios ideológicos y el sobreuso de la burla como recurso de retórica.
El proceso de comunicación
En el campo comunicacional existen ruidos al momento de emitir un mensaje. El ruido se define como aquello que interfiere en la interpretación de un mensaje. Esos ruidos se dividen entre los sistémicos (ruidos por poca calidad en las transmisión, por ejemplo), los epistemológicos (aquellos que surgen por los desniveles de conocimiento entre el emisor y el consumidor y los epistemofílicos (aquellos que surgen cuando los valores, la cultura, las ideologías intervienen en la interpretación del mensaje).
Cuando lo analizamos, la estridencia es un ruido que compacta en sí mismo los tres. Por un lado, los gritos afectan la calidad del sonido (el mejor ejemplo es el de nuestras bocinas cuando Carlos Díaz Olivo empieza a gritar en su programa) y por la otra, supone levantar una pared entre el que emite un mensaje y el que lo consume. Cuando se levantan esas barreras, el consumidor decide entonces cuáles fragmentos de la información acepta y cuáles descarta. El ruido excesivo imposibilita que el que consume un mensaje lo pueda hacer con efectividad.
La estridencia en la radio, funciona entonces como un aislante; una interferencia que hace que el consumidor se acoja con mayor frecuencia y razón a cualquiera de las siguientes tres opciones de manejo de la información:
Atención selectiva: Una selección de infomación en función de nuestros valores, mandatos, prejuicios, deseos, necesidades y utilidades. Es decir, clasificamos los estímulos que llegarán a nuestra mente en un complejo mecanismo de selección.
Distorsión selectiva: Un mecanismo para tergiversar o distorsionar lo que oímos de acuerdo a nuestros valores, prejuicios, mandatos, deseos y necesidades. O sea, oímos lo que queremos.
Retención selectiva: Amparado en los mismos prejuicios, mandatos, deseos y necesidades retenemos en nuestra memoria solo una parte de los estímulos. Recordamos solo fragmentos de lo que oímos, desplazando lo demás. Guardamos lo que queremos.
No es que los ruidos en la comunicación no existan. Existen en todo el proceso ya que la comunicación ocurre dentro de un entramado de valores y símbolos personales. Sin embargo, la estridencia es un recurso controlable del cual puede prescindirse.
Ni el grito, ni los sobre nombres, ni la burla abonan a que el proceso de la comunicación fluya mejor, se mejore el debate o se discuta de forma más inteligente.
Todo lo contrario.
La estridencia es violencia. Es un recurso que añade un ruido innecesario a un proceso que de por está intervenido por nuestros propios prejuicios, valores y cosmovisión, afectando aún más las posibilidades de interpretación.
Entrada original publicada en Medium: https://medium.com/@anaivelisse/la-estridencia-mediatica-o-como-arruinar-un-mensaje-4156e042d7f1
La estridencia mediática o cómo arruinar un mensaje
La radio, por su accesibilidad y economía, es un medio poderoso. El impacto que tiene la onda de sonido en nuestro cerebro es inmediato. Contrario a la lectura o a la imagen, que requieren de un esfuerzo fisiológico adicional por parte del consumidor, el sonido entra directamente a nuestro cerebro, aún sin desearlo, y ahí se incrusta como una huella.
La radio puertorriqueña se ha transformado de un medio informativo hacia uno de opinión. Cada emisora cuenta con una serie de comentaristas que defienden sus ideologías a través de los micrófonos y con ello, buscan convencer a los demás.
Dentro de un ambiente de libre prensa y empresa, el ejercicio político en los medios de comunicación es legítimo y válido. En fin, de eso se trata la democracia; de lograr consensos hacia nuestras causas.
Sin embargo, el estilo mediático estridente y rabioso de algunos comentaristas políticos abre un abismo entre la oferta radial y las expectativas del oyente más educado.
Los comentaristas
Entre los comentaristas que considero estridentes en los medios de comunicación se encuentran Inés Quiles y Jorge Seijo, ambos con programas transmitidos por Radio Isla y sus emisoras afiliadas; Luis Dávila Colón, cuyo programa lo transmite WKAQ, Zaida “Cucusa” Hernández con programa a través de Noti Uno y Luis Pabón Roca y Carlos Díaz Olivo con programa en WKAQ.
Excepto por Inés Quiles, quien pese a tener cuenta en Twitter no se mantiene activa en esta red, Pabón Roca -declarado enemigo de las redes sociales — y Díaz Olivo -quien hace esfuerzos inconsecuentes en redes-, los otros tres, además de sus programas radiales, mantienen comunidades online con las que comparten su visión y filosofía.
El campo de la radio
El problema que me plantean las intervenciones de los comentaristas radiales no es con el qué sino con el cómo. La estridencia con la que se comunican provocan más ruido y desinformación que un entorno adecuado para la polemización de las ideas. Sus estilos, que pueden llegar hasta ser insultantes, requieren de abundante paciencia y auto control para poder escuchar sus planteamientos con mesura y analizarlos en el contexto histórico en el que se ofrecen.
No planteo que los comentaristas deban ser desapasionados ni neutrales ni objetivos. Mantener esa expectativa sería irracional ya que evidentemente son comentaristas cuya labor en los medios está ligada a la ideología que pueden defender. La oferta radial desde hace alrededor de 20 años (quizás muchos más) ha defendido el presentar programas cuyos mantenedores se colocan en polos ideológicos opuestos para dar la impresión de que son balanceados, neutrales y que ofrecen tiempo igual.
Los comentaristas, con habilidad, tienen bien claro a quiénes les hablan. Se dirigen a grupos reaccionarios dentro de los partidos que favorecen y no necesariamente les hablan a los sectores más educados y conciliatorios de cada facción. Estos comentaristas alimentan sus audiencias mediante el uso de un vocabulario que empuja los límites del decoro, el uso de sobrenombres para referirse a sus adversarios ideológicos y el sobreuso de la burla como recurso de retórica.
El proceso de comunicación
En el campo comunicacional existen ruidos al momento de emitir un mensaje. El ruido se define como aquello que interfiere en la interpretación de un mensaje. Esos ruidos se dividen entre los sistémicos (ruidos por poca calidad en las transmisión, por ejemplo), los epistemológicos (aquellos que surgen por los desniveles de conocimiento entre el emisor y el consumidor y los epistemofílicos (aquellos que surgen cuando los valores, la cultura, las ideologías intervienen en la interpretación del mensaje).
Cuando lo analizamos, la estridencia es un ruido que compacta en sí mismo los tres. Por un lado, los gritos afectan la calidad del sonido (el mejor ejemplo es el de nuestras bocinas cuando Carlos Díaz Olivo empieza a gritar en su programa) y por la otra, supone levantar una pared entre el que emite un mensaje y el que lo consume. Cuando se levantan esas barreras, el consumidor decide entonces cuáles fragmentos de la información acepta y cuáles descarta. El ruido excesivo imposibilita que el que consume un mensaje lo pueda hacer con efectividad.
La estridencia en la radio, funciona entonces como un aislante; una interferencia que hace que el consumidor se acoja con mayor frecuencia y razón a cualquiera de las siguientes tres opciones de manejo de la información:
Atención selectiva: Una selección de infomación en función de nuestros valores, mandatos, prejuicios, deseos, necesidades y utilidades. Es decir, clasificamos los estímulos que llegarán a nuestra mente en un complejo mecanismo de selección.
Distorsión selectiva: Un mecanismo para tergiversar o distorsionar lo que oímos de acuerdo a nuestros valores, prejuicios, mandatos, deseos y necesidades. O sea, oímos lo que queremos.
Retención selectiva: Amparado en los mismos prejuicios, mandatos, deseos y necesidades retenemos en nuestra memoria solo una parte de los estímulos. Recordamos solo fragmentos de lo que oímos, desplazando lo demás. Guardamos lo que queremos.
No es que los ruidos en la comunicación no existan. Existen en todo el proceso ya que la comunicación ocurre dentro de un entramado de valores y símbolos personales. Sin embargo, la estridencia es un recurso controlable del cual puede prescindirse.
Ni el grito, ni los sobre nombres, ni la burla abonan a que el proceso de la comunicación fluya mejor, se mejore el debate o se discuta de forma más inteligente.
Todo lo contrario.
La estridencia es violencia. Es un recurso que añade un ruido innecesario a un proceso que de por está intervenido por nuestros propios prejuicios, valores y cosmovisión, afectando aún más las posibilidades de interpretación.
Entrada original publicada en Medium: https://medium.com/@anaivelisse/la-estridencia-mediatica-o-como-arruinar-un-mensaje-4156e042d7f1