Las enmiendas al Libro de la Familia del Código Civil tienen a la opinión pública polarizada con una sola palabra: “moral”. Para comenzar y dejar mi punto claro desde el principio, considero que es responsabilidad del Estado proteger los derechos de los homosexuales de la misma manera que le exige sus responsabilidades cuidadanas, como por ejemplo, el pago de contribuciones sobre ingresos y propiedad por mencionar sólo una.
La comunidad homosexual tiene ante sí la oportunidad dorada para demostrar su poder político y económico, que a fin de cuentas es lo que pondrá a temblar a los políticos de turno. Es el momento ideal para presentar al país, cuantitativa y cualitativamente, cuánto aportan al fisco, de cuántos ciudadanos estamos hablando, cuántos son empresarios, cuántos están empleados, cuantos están saludables, cuál es la mediana de su poder adquisitivo y todos los demás indicativos de un grupo demográfico poderoso y coherente. Realmente esos son los datos que le interesan a los políticos. Los cuestionamientos morales y del mal llamado “derrumbe de la institución familiar” son sólo un disfraz, un escudo para no dar pasos que comprometan su reelección y enraizamiento en las esferas de poder. Para levantar el cuestionamiento de la moralidad, los políticos, muy hábilmente, han incluido en la discusción a los religiosos para que sean éstos los que emitan juicios, basados en sus dogmas.
No obstante, creo que para dar una impresión de unidad, la comunidad homosexual debería eliminar las subcategorías. Considero que al llamarse a sí misma como comunidad GLBT (Gay, Lesbiana, Bisexual y Transgénero), el sector homosexual se muestra dividido y sin cohesión, mostrando fisuras que los políticos definitivamente aprovecharán para no aprobar enmiendas al Código Civil. Las enmiendas ocurrirán solo si la comunidad homosexual se demuestra robusta y asertiva en sus planteamientos, demuestra la profundidas del discrimen en su contra y la debilidad de sus derechos y responsabilidades frente a los ciudadanos heterosexuales. El asunto no debe limitarse al derecho a contraer matrimonio, porque ese es sólo un elemento dentro de un entramado civil.
La Iglesia, por su parte, ha sido convocada por el Estado y aunque nuestra Constitución indique utópicamente que existirá la división entre ambas instituciones, la realidad en la isla es que el Estado le da demasiada opinión a la Iglesia en los asuntos civiles convirtiendo de ese modo cualquier discusión sobre derechos en planteamientos de fe.
El gobierno, para resolver cualquier cosa llama al Monseñor González, al Reverendo Jorge Raschkee y a otros líderes de distintas denominaciones para que intervengan “por el bien común” y en aras del llamado “consenso”. Esta excesiva intromisión de la Iglesia en los asuntos del país ha sido provocada por el propio Estado y ahora, con un tema tan importante, y como era de esperarse, no es la excepción. Sobre todo, cuando será por las presiones de la Iglesia, amparándose en sus miles de feligreses y demostrando que es una institución poderosa capaz de subir y bajar gobiernos, que el análisis legislativo y las acciones ejecutivas quedarán en suspenso, afectando con la inercia no sólo a la comunidad homosexual, sino el futuro de miles de ciudadanos que esperamos un Código Civil de avanzada.
Para mantenerse en el juego de la ambivalencia, el gobernador dice un día para para él el matrimonio es sólo entre una mujer y un hombre y a los dos días indica que “evaluará” las enmiendas al Código Civil. El Monseñor González se muestra también tambaleante en sus poturas. Aunque no acepta el matrimonio entre parejas del mismo sexo, sí acepta que hereden. O sea, que vivan en concubinato (práctica condenada por la Iglesia), que no tengan relaciones íntimas, pero que se dividan el dinero, como buenos hermanos. Eso es ridículo. Esta ambivalencia es la que realmente lacera la familia, independientemente de cómo esté compuesta. Lo inevitable e inesquivable es que la familia contemporánea no es como Papa, Mama, Pepín y Mota. Es diferente, no buena ni mala.
Y el Estado debe garantizar que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley. Sólo con derechos y responsabilidades plenos es que se logra un país realmente democrático.
31.3.07
Tagged under: actualidad, Codigo Civil, comentario, homosexualidad, olvido
Las enmiendas al Codigo Civil
19.3.07
Tagged under: actualidad, critica, política, vida en la calle
Belford nunca sabrá que yo lloraba con él. Su desconsuelo podía sentirlo a través de las ondas radiales. Lloraba por su hijo ido para siempre, perdido en la curva del no regreso. Los matices de su llanto iban desde el desconsuelo al desespero. Su impotencia ante el misterio de la vida y la muerte lo torturaba. Belford hubiese querido estar en el lugar de su hijo de 19 años, pero a él no le tocaba, no era su tiempo.
Yo me bebía las lágrimas en medio del tapón, imaginándome que lo consolaba, pero conociendo que no tendría la fortaleza para afrontar una pérdida así. Y en un acto de puro egoísmo agradecí no estar en su lugar.
Su hijo fue asesinado de un certero golpe en la carótida en el estacionamiento del Burger King de Mayagüez. Allí, de madrugada, se le fue la vida a borbotones. Y es que la muerte se pasea en la penumbra de cada fin de semana llevándose consigo a todos por igual. Su asesino es diestro en el movimiento de sus manos. Su apodo: Rafy El Barbero.
Me imagino esa navaja con el filo perfecto para hacer el corte perfecto de un solo zarpazo. Ningún neófito cortaría por donde transita la vida y abriría a propósito las compuertas de la muerte. Sólo un experimentado en la calle, y en cargarse las vidas de otros en su bolsillo, habría sabido cómo hacerlo.
El joven ya no está, pero su padre se ha quedado lastimado para siempre en el mundo de los vivos y de los que sueñan con la justicia.
Foto por Martin Carter
La curva del no regreso
Belford nunca sabrá que yo lloraba con él. Su desconsuelo podía sentirlo a través de las ondas radiales. Lloraba por su hijo ido para siempre, perdido en la curva del no regreso. Los matices de su llanto iban desde el desconsuelo al desespero. Su impotencia ante el misterio de la vida y la muerte lo torturaba. Belford hubiese querido estar en el lugar de su hijo de 19 años, pero a él no le tocaba, no era su tiempo.
Yo me bebía las lágrimas en medio del tapón, imaginándome que lo consolaba, pero conociendo que no tendría la fortaleza para afrontar una pérdida así. Y en un acto de puro egoísmo agradecí no estar en su lugar.
Su hijo fue asesinado de un certero golpe en la carótida en el estacionamiento del Burger King de Mayagüez. Allí, de madrugada, se le fue la vida a borbotones. Y es que la muerte se pasea en la penumbra de cada fin de semana llevándose consigo a todos por igual. Su asesino es diestro en el movimiento de sus manos. Su apodo: Rafy El Barbero.
Me imagino esa navaja con el filo perfecto para hacer el corte perfecto de un solo zarpazo. Ningún neófito cortaría por donde transita la vida y abriría a propósito las compuertas de la muerte. Sólo un experimentado en la calle, y en cargarse las vidas de otros en su bolsillo, habría sabido cómo hacerlo.
El joven ya no está, pero su padre se ha quedado lastimado para siempre en el mundo de los vivos y de los que sueñan con la justicia.
Foto por Martin Carter
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