Violencia de género
En Delhi, India, cada 12 horas muere una mujer quemada por su marido. La rocía con queroseno y la prende como una antorcha. Después denuncia el hecho como un accidente o un suicidio. ¿El motivo? Que la dote ofrecida por los padres de la novia no se consideró suficiente. Así, matándola, puede ir a buscar otra mujer, con otra dote con la que sobrellevar unos cuantos años más su pobreza. Parece difícil de creer, y sin embargo no es mucho peor que el comportamiento que persiste en el resto del planeta. El problema del maltrato a la mujer no tiene fronteras culturales y está tan aceptado por la sociedad que a las víctimas no les ha quedado más remedio que resignarse.
En España, entre enero y octubre del año pasado murieron 75 mujeres a manos de sus maridos y se produjeron más de 20.000 denuncias por malos tratos, según informes del Instituto de la Mujer, procedentes de la Guardia Civil y de la policía. Se estima que sólo el 10% de los abusos llega a denunciarse. Hace poco que se investiga la violencia doméstica, pero los estudios ya han demostrado que es la principal causa de daño a la mujer y cada vez figura más como la responsable de enfermedades crónicas físicas y mentales.
También existen hombres maltratados, tanto heterosexuales como homosexuales, y relaciones entre lesbianas donde hay agresividad, pero no son la norma. Se estima que el 95% de las víctimas de la violencia doméstica es mujer, por eso los autores de los estudios siempre se refieren al agresor como él y a la víctima como ella. Este grave problema de salud femenina es el más fácil de prevenir porque no depende del avance de la ciencia sino de la situación de la mujer en la familia y en la sociedad. Sin embargo, poco o nada se está haciendo para hacerle frente. La Justicia criminal no ha resuelto el problema y los centros de acogida sólo pueden ofrecer refugio temporal a las víctimas. Por eso, los especialistas en violencia doméstica creen que -mientras llega el cambio de las normas sociales- la solución a este problema está en manos de los médicos. Aunque para ello también los profesionales de la salud han de cambiar su mentalidad. En EEUU, así como en otros países, ya se ha empezado a entrenar a los médicos para que sepan detectar la agresividad en la vida de sus pacientes y para que prescriban la solución adecuada. Hay dos enfoques: uno de ellos es el pro feminista, que basa el problema en la desigualdad social de los sexos y en el control que el hombre ejerce sobre la mujer. El otro es el psicológico, y sostiene que la violencia es el resultado de experiencias traumáticas sufridas en la infancia del marido. En el primer acercamiento, se somete al agresor a una especie de tratamiento intensivo de educación en el que se le hace reflexionar y se le informa de los graves perjuicios para la salud de su mujer, de los niños y de él mismo que su comportamiento provoca. En el segundo se recurre a técnicas de psicoterapia. Uno y otro procedimiento están enfrentados, pero ambos parten de la misma premisa: que la mejor manera de ayudar a la mujer no es construir más centros de acogida sino hacer cambiar al hombre: curarlo. Es un planteamiento muy distinto al plan de choque que se acaba de poner en marcha en España, con el que se pretende que el médico haga de chivato, informando a la policía cada vez que sospeche de malos tratos. "Si todo lo que se hace es amenazar a los agresores con un juicio o con la cárcel, el tratamiento no durará. Nosotros intentamos ayudarles a comprender cuándo y porqué son violentos", dice Robert Heskett, del Centro de No-Violencia de New Bedford (Massachusetts).
El estereotipo del agresor no se corresponde la mayoría de veces con la realidad. Muchos médicos y personal sanitario todavía creen que el individuo que maltrata a su mujer es alguien con aspecto agresivo, dominante y muy macho. Otros sospechan que los agresores son los pacientes más pobres, con menos cultura o pertenecientes a grupos raciales a los que creen violentos y patriarcales. Adoptar este tipo de prejuicios impide la detección del agresor, ya que es imposible reconocer a la mayoría de ellos en una multitud. No suelen mostrar en público ni rastro de violencia y parecen educados, razonables y agradables. Cuando la policía llega a una casa donde ha habido un altercado violento, el agresor suele parecer mucho más calmado y racional que la mujer. Dado que la violencia hace más daño psicológico a la víctima, ella suele presentar signos de enfermedad mental.
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